El trabajo, los hijos, la casa… La sociedad nos impone un ritmo frenético de mucho estrés
¿Cómo organizarse para no sucumbir?
7.30 de la mañana. Toca madrugar. Después de vestirse y arreglarse, hay que despertar a los niños, darles el desayuno, ayudarles a vestirse y asearse, salir corriendo al colegio, y de ahí al trabajo para realizar una intensa jornada laboral a la que le sigue otra jornada igual de intensa o más: hay que darse prisa para recoger a los niños a tiempo, darles la merienda y llevarles a las extraescolares de turno. Después, vuelta a casa pasando antes por el súper, la farmacia o la tintorería (siempre hay recados pendientes) y, ya en casa, ayudarles con los deberes, bañarles, prepararles la cena, leerles un cuento y acostarles cuanto antes, porque aún queda mucho por hacer: recoger la cocina, poner una lavadora, quizás algo de plancha…
¡Qué estrés!, ¿verdad? No es más que un ejemplo de la cantidad de tareas que los padres pueden llegar a realizar en un mismo día. Si a las cargas físicas le sumamos las responsabilidades y preocupaciones que suele generar el tener hijos, no es difícil entender por qué las palabras “hijos” y “estrés” están tan íntimamente ligadas.
CON LOS NERVIOS A FLOR DE PIEL
Una cierta dosis de estrés es beneficiosa porque nos impulsa a hacer cosas, a tomar iniciativas, a progresar. Pero cuando las prisas y los agobios se instalan en nuestra vida algo hay que hacer. Si no ponemos remedio, el estrés puede convertirse en un problema que acabe afectando a toda la familia.
Seamos realistas: los padres no somos superhéroes, ni falta que hace. Por mucho empeño que pongamos, a veces no es posible abarcarlo todo, y no pasa nada si alguna vez fallamos en algo o dejamos alguna tarea pendiente. Nuestros hijos no quieren que seamos perfectos y todo lo hagamos bien; prefieren vernos tranquilos y contentos, dispuestos a compartir cada día un rato de juego con ellos.
LAS CLAVES DE LA SOLUCIÓN
Tres son las palabras mágicas: delegar, compartir y planificar. Estos son algunos ejemplos que pueden ayudarte a combatir el estrés.
Responsabilidades a medias. En el ámbito doméstico hay un montón de tareas que consumen tiempo y energía pero que resultan invisibles para los demás miembros de la familia: planificar los menús, hacer la lista de la compra, acordarse de las vacunas de los niños, pedir cita para las revisiones médicas, entrevistarse con los profesores, planificar las coladas, acordarse de llevar a la mascota al veterinario, etc. Tener que organizar todo lo referente a la casa y los niños puede ser agotador. Esto también puede y debe repartirse.
Confianza en los demás. No es posible compartir si antes no se está dispuesto a delegar. Hay que desterrar la idea de que nadie lo hará mejor que nosotros.
Los niños pueden ayudar. Ellos también pueden echar una mano con tareas a su medida. Doblar y guardar el pijama cada mañana, meter el tazón de desayuno en el lavaplatos o poner otro rollo de papel higiénico cuando se acaba son acciones sencillas que ahorran tiempo y crean un buen hábito.
Exteriorizar los sentimientos. A veces el simple hecho de expresar cómo nos sentimos y qué nos preocupa ayuda a rebajar el nivel de estrés.
Establecer prioridades. Si no es posible llegar a todo, procuremos distinguir entre lo verdaderamente importante y lo que no lo es tanto. Al final del día, preparar la cena a los niños es imprescindible, pero a lo mejor la colada puede esperar al día siguiente. La cita con el pediatra no puede posponerse, pero ¿pasa algo si la niña falta un día a su clase de ballet?
Poner límites. Planificar es inútil si nos proponemos metas inalcanzables. Si pretendemos hacer demasiadas cosas, la mayoría de las veces no lo lograremos y eso generará frustración y más estrés. Será mejor revisar las tareas y posponer las no urgentes. O, directamente, eliminar algunos compromisos de la agenda.
Tiempo para uno mismo. Para darse un baño, hacer deporte, leer o simplemente tumbarse a descansar. Todo el mundo necesita tomarse un respiro de vez en cuando. Lo ideal sería reservarse un tiempo todos los días para relajarse y hacer algo que nos guste. De vez en cuando también podemos darnos el lujo de salir. Aunque sólo sea una vez al mes, poder hacer actividades que nos gustan (ir de compras, al cine o quedar con amigos) es una excelente terapia antiestrés.