El lunes gracias a El Programa de AR fui testigo de cómo se levanta una ciudad en pleno duelo.
Esa era la sensación cuando uno llegaba allí, que estaba acompañando a un París triste que tenía que empezar a normalizar su vida tras el zarpazo terrorista recibido el viernes.
Desde dónde estaba asistí a imágenes cotidianas que en ese momento cobraban más valor y fuerza que nunca.
En concreto…
Los niños camino del colegio.
Y entonces te planteas y comentas con los que tienes alrededor:
¿Qué interpretaran esas cabecitas acerca de lo que han visto, oído y sentido? ¿Cómo tenemos que actuar los adultos para que el miedo no se apodere de ellos?
Ahí va una recomendación:
Escucharlos es la clave: qué piensan ellos, qué creen que a ocurrido.
Sobre lo que nos cuenten tendremos que generar una historia en la que hay buenos y malos. Relatar que a los malos se les pilla y se les castiga. Puede que a veces los buenos tarden pero lo consiguen y que aunque estas cosas pasan (porque no se les puede mentir) la vida es ir al cole y luego al parque y cenar con la familia y dormir soñando con lo bien que uno se lo va a pasar al día siguiente.
Puesto que sabemos, que para enfrentar el legítimo miedo que nos paraliza en situaciones tan terribles, utilizamos la cotidianeidad.
La aplastante, tediosa y maravillosa normalidad.
Nos aferramos a ella porque nos ofrece la seguridad que los que cometen estos terribles actos intentan quitarnos.
Quiero despedirme con un abrazo a todos los que sufren los atentados de Paris pero especialmente dirigirlo a los padres que han contado a sus hijos el relato que nunca hubieran querido narrar.
Rocío Ramos-Paúl