Las consecuencias ante un determinado comportamiento pueden llevar a no repetirlo o a volver a hacerlo. Si un niño recibe un elogio por recoger sus juguetes, puede que quiera seguir cooperando; si jamás guarda lo que saca, tal vez sea hora de imponer un castigo.
Los premios y castigos nos permiten modificar los comportamientos de nuestros hijos. Los niños no nacen sabiendo lo que pueden hacer y lo que no, lo que es seguro y lo que resulta peligroso, necesitan ir aprendiéndolo poco a poco, y esto lo consiguen viendo las consecuencias que tienen sus actos.
Cómo deben ser los castigos
Pocos. Lo ideal es agotar antes otros recursos. Un niño al que se le castiga demasiado se convertirá en apocado y se mostrará asustado a la hora de adoptar nuevas conductas por temor a la reacción de sus padres.
Precedidos de un aviso. No basta con decirle cien veces al niño que recoja sus juguetes y, cuando nos ha sacado de quicio castigarle. Es mejor ponernos delante de él y, sin enfadarnos, decirle claramente: “Si no terminas tus deberes a tiempo, hoy no podrás bajar al parque”.
Aplicados con constancia. Por ejemplo, no podemos castigar hoy que los niños se lancen trozos de pan durante la cena y pasarlo por alto mañana porque estamos cansados.
Adecuados a las capacidades del niño. Castigar a un pequeño de tres años porque ha olvidado poner la comida al pájaro resulta impropio, aún no es capaz. No pidamos peras al olmo.
Proporcionales a las conductas. No podemos castigar a un niño de tres años que ha tirado su plato de verduras a no comer chucherías en un mes, ¿qué dejaremos para cuando haga cosas más importantes? Los castigos desmedidos son menos eficaces.
“Desagradables”. Por ejemplo, si mandamos a nuestro hijo de siete años a su cuarto porque ha pegado a su hermana y él se pone a jugar con la PlayStation no asociará ninguna consecuencia negativa a su comportamiento.
Inmediatos. A un niño que la monta durante la cena del lunes no podemos castigarle con que el sábado no iremos al cine; será mejor decirle que si no cambia de actitud, hoy no tendrá su cuento de buenas noches al acostarse.
A partir de los 6-7 años, ya tienen capacidad para poder elegir las consecuencias de sus comportamientos. Una forma de implicarles en estas, será preguntarles que castigo hubieran impuesto ellos. “¿con que crees que habría que castigar a tu hermana si hubiera utilizado la pelota en el salón”?. Pero ojo suelen ser demasiado duros (“dejarla un mes sin chocolate”)
Evalúate
Reflexiona acerca de las siguientes frases y puntúa según se acerquen más a tu realidad:
Es cierto: 3 puntos
A veces es así: 2 puntos
Falso: 1 punto
- No hay que utilizar nunca el castigo
- El castigo es para mí el último recurso
- sé con qué le puedo castigar a mi hijo
- Le grito cuando le castigo
- comprendo las situaciones que disparan los conflictos infantiles, como el cansancio, el aburrimiento, la falta de atención…
- cuando aplico un castigo, lo hago en el momento.
- Busco que el castigo sea proporcionado a la falta
- Cuando le impongo un castigo, me ocupo de que lo cumpla
- le recuerdo por qué está castigado
- No le levanto un castigo sólo porque me lo pida o me dé pena
- Busco castigos relacionados con la falta
- No castigo a todos mis hijos con lo mismo
- Cuando tiene que hacer algo, le aviso con tiempo: “Dale la cena a tu muñeca y luego recoge, que vamos a cenar nosotros”
- Doy las órdenes con frases cortas y claras: “Deja al perro”, en vez de: “ por favor es la sexta vez que te digo que dejes al perro mientras come, te he explicado que le molesta,… hazlo por mí”
- Siempre le aviso antes de castigarle
- le digo tranquilamente que voy a castigarle
- Me pienso unos minutos a qué voy a castigarle antes de decírselo
- No negocio los castigos
- Si he decidido retirarle algo (un juguete, por ejemplo), no se lo dejo a mano
- distraigo a los niños antes de que surjan problemas. En vez de decir “Si seguís peleándoos os voy a castigar”, digo: “Chicos, venid a ayudarme a poner la mesa”
- Facilito a mi hijo juguetes o distracciones si yo estoy ocupado
- Tengo en cuenta la edad de mi hijo para imponerle el castigo.
- Suelo reforzar su buen comportamiento
- Tengo muestras de cariño con él.
- Cuando el castigo termina, no continúo enfadado
De 0 a 25 puntos: Cuando se abusa del castigo pierde efectividad. Hay que procurar centrarse en modelar alguna conducta determinada e ignorar las demás; y una vez logrado el primer objetivo, se puede pasar al siguiente. Es importante mostrar al niño que lo que nos molesta es su comportamiento, no él: debe saber que le queremos, pero que no nos gusta cómo actúa en un momento determinado. Gritar no es efectivo, amenazar, castigar y luego olvidarse de que el pequeño cumpla, tampoco. Hay que seguir trabajando en el establecimiento de normas y límites.
De 26 a 50 puntos: Estos padres deben ser constantes en aplicar consecuencias a los comportamientos de su hijo. Por ejemplo, si el niño tarda en ponerse el pijama, no habrá cuento de buenas noches; de manera que aprenda cómo y cuándo ganar privilegios. Cuando impongan un castigo, deben mantenerlo, quizá les duela ser aguafiestas un día, pero seguro que habrá muchas celebraciones posteriores. Si continúan firmes.
De 51 a 75 puntos: Estos padres saben modelar la conducta de su hijo castigando sólo cuando es necesario, pero en esos casos no se echan atrás. Desde el primer momento, han establecido normas y límites muy claros que su hijo sabe que debe obedecer. Por supuesto, los niños son niños, y a veces actúan de forma inadecuada, pero procuran que estos episodios disminuyan señalándoles su buen comportamiento. Además, tratan de ser un buen ejemplo y no pierden los nervios.